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Jon Hamm en 'Vicios ocultos'.
En los títulos de crédito, vemos como Andrew Cooper (John Hamm) camina de frente a nosotros mientras el escenario a su alrededor va cambiando y distintos elementos representativos de su vida como la casa, el coche o una pista de tenis, se van desquebrajando conforme el avanza. De manera deliberadamente premonitoria tenemos, pues, una fiel metáfora de lo que veremos a continuación: a lo largo de los nueve capítulos de esta primera temporada, la vida de nuestro protagonista se irá dinamitando hasta volar por los aires.
La historia de Coop, como le llaman todos, es la de un rey Midas caído en desgracia. Hace tiempo que su mujer, Mel (Amanda Peet), lo ha dejado para iniciar una relación con un amigo cercano; luego, un affaire mantenido con una compañera de trabajo es la excusa perfecta para ser despedido sin ningún miramiento, dejándolo sin posibilidad de una inmediata reincorporación al mercado laboral. Por otro lado, el romance secreto con una de las mujeres del mismo círculo de amistades, Samantha, separada también, le trae algún que otro problema, al tiempo que el resentimiento por el divorcio le hace incapaz de establecer vínculos reales con sus dos hijos adolescentes, Tori y Hunter.
Lo que puede parecer una nueva aproximación a la vida de los ricos como hemos visto ya en varias propuestas coetaneas, acaba en un acertado y cohesionado producto, de constante movimiento e ingeniosos giros de guion
La presión por mantener el altísimo tren de vida lo lleva a continuar con las apariencias delante del vecindario, ocultando su nueva situación incluso a su contable y colega (Hoon Lee). En una mezcla de desesperación e impunidad, el fácil acceso a los lujosos bienes de sus vecinos en cada una de las fiestas organizadas le lleva a hurtar pequeños objetos de alta gama para su reventa. Y casi sin darse cuenta, no sólo se inmiscuye en la intimidad del hogar, sino que descubre todos sus secretos.

Jon Hamm es Andrew Cooper en ‘Vicios ocultos’.
Con una narrativa sinuosa, por momentos descontrolada, que invita a la inmersión total por parte del espectador en las distintas situaciones, la serie arranca con el protagonista tumbado junto a un cadáver. Las reflexiones en primera persona sobre lo que lo ha conducido hasta ahí nos llevan a un enorme flashback que sirve como hilo conductor de distintos juegos temporales. Por otro lado, esta inteligente incursión en el género, que hace que la trama se mueva entre el thriller y drama criminal, permite a su creador servirse de un artefacto entretenido y cautivador, mientras se ocupa de una disección mordaz, incisiva y con altas dosis de humor negro sobre los comportamientos de las selectas esferas, focalizadas en el aparentemente idílico barrio de Westmont Village.
Lo que puede parecer una nueva aproximación a la vida de los ricos como hemos visto ya en varias propuestas coetaneas, acaba en un acertado y cohesionado producto, de constante movimiento e ingeniosos giros de guion, cuyas costuras si bien pueden parecer superfluas y en cierto punto cuestionables, son completamente coherentes con el plantel de personajes que retrata. Así, tenemos a un rebaño de juguetes rotos que se mueve exclusivamente por intereses, cuyas vidas completamente vacías se rigen por la opulencia más mediocre y donde los códigos de conducta van determinados en función de la apariencia. Vamos, nada nuevo bajo el sol.
En tiempos de un capitalismo desmedido, donde el individualismo, la apología de la ignorancia y la tiranía hacia el desfavorecido parece no tocar techo, la imagen de un rico robando a los suyos, adquiere un nuevo e interesante reflejo fuera de la ficción
Empero, la hipocresía existente y que por momentos hierve la sangre, viene dado por lo representado, no por la mirada. Por tanto, no es de extrañar que, bajo la exposición de un hombre estadounidense absolutamente privilegiado de mediana edad en crisis, habite, por ejemplo, un conservadurismo en cuanto al retorno a la familia como modelo clásico de bienestar, una marcada idea de lucha de clases y rechazo al forastero, y un fuerte machismo en relación a la articulación de los personajes femeninos.

Amanda Peet y Olivia Munn en ‘Vicios ocultos’.
Esto último se traduce en los constantes lloriqueos sobre el engaño sufrido por parte de su mujer, tiranizándola por momentos también gracias a los desorbitados caprichos familiares a los que él tiene que hacer frente; la incómoda posición en la que se coloca a la joven compañera de trabajo frente a un jefe sin escrúpulos con el sexo como arma arrojadiza; o la incomprensible actitud tomada por parte de Samantha revelada en el capítulo final (casualmente, la única de ascendencia latina, otrora camarera), que la deja innecesariamente fuera de juego.
En tiempos de un capitalismo desmedido, donde el individualismo, la apología de la ignorancia y la tiranía hacia el desfavorecido parece no tocar techo, la imagen de un rico robando cual pelagatos a los suyos, si bien no es nueva, adquiere un nuevo e interesante reflejo fuera de la ficción. Coop probablemente puede salir adelante sin los vericuetos en los que se mete, pero la seguridad que ostenta proveniente de toda una vida de consciente impunidad lo hacen elegir el camino más fácil, el de delinquir. Un rico roba a otro rico y en mi mente de pobre, lo primero que pienso es en las consecuencias sobre el personal de servicio.
Adictiva y trepidante, la serie, que ha renovado por una segunda temporada, tiene su mayor valor en el magnetismo de su protagonista
La luminosa aparición del personaje de Elena (trabajadora del hogar y avispada aliada en los hurtos) es como un cable a tierra entre la ostentosa estupidez. Una inmigrante que trabaja sin descanso con las ideas claras sobre quienes representan el enemigo y quienes, lamentablemente, tienen las de perder. Su rol se mantiene como una pequeña revancha de la clase obrera, que se podría emparentar a otros dos personajes positivos, aunque por diferentes motivos, su hijo Hunter y su disfuncional hermana, Allison.

‘Vicios ocultos’ está disponible al completo en Apple TV+.
Creativos y con una pasión artística, él tímido y retraído, y ella con comportamientos bipolares producto de una depresión crónica, son apartados por no seguir el patrón. Curiosamente, ambos aportan la vulnerabilidad y sensibilidad necesaria para confirmar que aún son humanos. Esta idea se aplica también en el retrato del personaje de Amanda Peet, a la que sus hermosas arrugas, propias de la edad de la actriz, le otorgan sencillez y naturalidad que contrarresta tanta artificiosidad de sus iguales.
Adictiva y trepidante, la serie, que ha renovado por una segunda temporada, tiene su mayor valor en el magnetismo de su protagonista. En su magnífica interpretación habita todo un abanico de sensaciones en torno a un personaje complejo y hábilmente construido, capaz de generar un cariño que acaba por invalidar cualquier sentimiento de rechazo. Puede que sea la herencia cultural y social de la famosa American Way of Life, que tanto hemos recibido, la que nos lleve a creer que los problemas del millonario y simpático Coop, en cierto punto, pueden ser los nuestros. Y ese es el éxito del conflicto de clases.

Jon Hamm vuelve a la pequeña pantalla con ‘Vicios ocultos’.