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Fotograma de 'The Strange World of Gurney Slade'.
Si dispusiera de una máquina del tiempo con mucho gusto haría un viaje al sábado 22 octubre de 1960 por tierras inglesas y con una cámara me dedicaría a grabar las reacciones de los espectadores ante los alucinantes -¡y desconcertantes!- minutos con los que daba inicio el primer episodio The Strange World of Gurney Slade. Eran tiempos de sitcoms grabadas en directo, plagadas de humor sencillo y chistes fáciles. En la primera escena del programa una familia al completo (padre, madre, hijo mayor, hijo pequeño, abuela y hasta un vecino pesado) mantenía la rutinaria fórmula de preguntas tontas y respuestas rápidas en este tipo de shows, hasta que le tocaba decir su frase al hijo mayor, “Albert”. Al ser preguntado por su madre si quería huevos cocidos, “Albert” no contestaba, parecía perdido en sus meditaciones y se preparaba para salir de casa.
¿Era parte del espectáculo o el actor principal, Anthony Newley, había olvido el guion? Al fin y al cabo no era algo tan inusual en la TV de entonces. ¿O se había indignado por algún motivo? Ante sorpresa de todos, “Albert” se ponía la chaqueta, se dirigía hacia la puerta y pasaba a través de las cámaras y del equipo de rodaje, que veían, anonadados, como se iba hasta la calle y abandonaba el mundo de la telecomedia. El protagonista de la obra desafiaba el destino que aparentemente la caja tonta había diseñado para él, y se disponía a vivir su propia serie.
Decir que ‘The Strange World of Gurney Slade’ era innovadora es quedarse corto. Era televisión de culto antes de la propia acepción del término
Durante la media hora siguiente que ocupaba el primer episodio Gurney Slade -que era el nombre del personaje dentro del personaje- que interpretaba a “Albert”- se dirigía directamente al espectador mientras se dedicaba a deambular por la ciudad y se entretenía hablando con un cubo de basura, con una piedra o con un perro que le decía preferir a Lassie antes que a Rin-Tin-Tin ya que no era realista que este corriera en tantas escenas de acción sin detenerse nunca a hacer pis. Bailaba con una mujer que cobraba vida al aparecer de un anuncio de aspiradoras o contemplaba a un político visitar a su amante.
The Strange World of Gurney Slade era una comedia, sí, pero no tenía nada que ver con el tipo de sainete que se veía en televisión en aquellos tiempos. Tenía ese tipo de humor que no busca la carcajada sino más bien una especie de apreciación por su ingenio y originalidad. Además, estaba aderezada con gotas de surrealismo, de comentarios sobre la actualidad política, de fantasía urbana a lo british y de parodia del mundo televisivo y de la entonces llamada edad de oro del entretenimiento británico, a la que Slade se refiere irónicamente en un momento del capítulo. Decir que era innovadora es quedarse corto. Era televisión de culto antes de la propia acepción del término.

‘The Strange World of Gurney Slade’ se estrenó en 1960.
A principios de la década de los 60 Anthony Newley (1931-1999) prácticamente era considerado un tesoro nacional en el Reino Unido. De talento brillante y singular, abandonó los estudios a la edad de 14 años para entrar a trabajar en una agencia de publicidad hasta que respondió un anuncio en la prensa en el cual buscaban actores con urgencia en la academia Italia Conti Stage School. Aunque no podía costearse su ingreso consiguió una beca a cambio de trabajar como chico de los recados en las oficinas de la escuela. Se convirtió en estrella juvenil del país gracias a su papel principal en el serial de aventuras Dusty Bates (1947) y fue el pillo ladronzuelo Artful Dodger en la versión de Oliver Twist (1948) que dirigió David Lean.
Tuvo una carrera en el mundo de la interpretación tan sólida que no notó apenas el habitual duro trasvase de “niño estrella” a actor adulto, en su caso todo transcurrió de manera totalmente natural trabajando con frecuencia tanto en teatro como cine. En 1959 la comedia musical Idol on Parade (John Gilling, 1959) fue un punto y aparte en su carrera. En ella interpretaba a una suerte de trasunto de Elvis Presley que era llamado a filas por el ejército, y como parte de la banda sonora se lanzó el single I’ve Waited So Long que fue un éxito en su país y le lanzó de cabeza a la industria musical, donde se convirtió en un solista de gran popularidad.
Su paso a la televisión iba a ser tan distinto a todo, que ni siquiera hoy en día –donde hay literalmente series de todos los tipos y colores-, podría decirse que haya nada parecido en antena
Triunfando como actor en cine o teatro o como estrella del pop, la conquista de la televisión era el siguiente paso lógico. Pero Newley era un artista reflexivo y con muchísimas inquietudes. A pesar de sus primeros hits que le llevaron a coquetear con el rock’n’roll su corazón pertenecía al universo del music hall: era el artista todoterreno, que tanto valía como presentador que como humorista, tenía tablas para interpretar en drama y comedia y no solo sabía cantar y bailar sino que escribía musicales y componía temas para otros artistas.
Devoto del cine avant-garde francés, del estilo interpretativo del mimo Marcel Marceau y del humor surrealista de Spike Milligan, con un universo interno complejo, sofisticado, crítico con el propio star system y desde luego poco común, su paso a la televisión iba a ser tan distinto a todo que ni siquiera hoy en día –donde hay literalmente series de todos los tipos y colores- podría decirse que haya nada parecido en antena.

Anthony Newley era considerado un tesoro nacional en el Reino Unido.
Posiblemente cuando el productor Lew Grade le dio carta blanca para ejecutar un programa de seis entregas a su gusto para la productora ATV se esperaba algo mucho más convencional, en la línea de lo que habían sido sus especiales The Anthony Newley Show emitidos en directo ese mismo año, si bien en ellos Newley ya experimentaba con un tipo de humor basado en el monólogo interno. Aunque estaban en la onda del show de variedades clásico, en algunos de sus sketches Newley ya dejaba caer algún anticipo de lo que iba a ser Gurney Slade.
Además fue el propio Grade quién tuvo la idea de juntar a Newley con los guionistas Dick Hills y Sid Green. Ambos se habían ganado una sólida reputación como escritores de comedia televisiva gracias a su trabajo en The Dave King Show para la BBC entre 1955 y 1958, y la buena impresión que le causaron a Newley tras sus primeros encuentros le llevaron a una colaboración que iba a estar adelantada a su tiempo.
La recepción crítica fue desigual, desde los que lo consideraron absurdo y carente de gracia hasta los que celebraban su audacia y originalidad
Aunque una cifra cercana a los 12 millones de espectadores se reunieron en torno al televisor aquel sábado 22 de octubre de 1960 para ver el primer programa protagonizado por el Prodigio del East End, no tuvo una buena recepción ante un público que sin duda esperaba un producto mucho más sencillo y plagado de lugares comunes. ¡Y Newley ni siquiera cantaba! Numerosos espectadores llamaron a la centralita de ATV (algo que debía ser como acudir a la red social de turno a protestar porque el capítulo de tal o cual serie no cumplía expectativas, solo que al menos por aquel entonces ese acto justificaba un puesto de trabajo) expresando sus quejas cuando no directamente preguntando de qué demonios iba.
La recepción crítica fue desigual, desde los que lo consideraron absurdo y carente de gracia hasta los que celebraban su audacia y originalidad. En cualquier caso, para cuando se emitió la segunda entrega ya se habían caído cuatro millones de espectadores. Newley, Hills, Green y el director Alan Tarrant siguieron sin dar tregua con un segundo episodio tan radical o más que el anterior, donde Slade se cuestionaba el matrimonio en contraste con la búsqueda del amor verdadero. Gurney llegaba a convencer a un hombre para que abandonara a su esposa y sus dos hijos al cuestionarle los verdaderos motivos por los cuales contrajo nupcias: eso obligaba a Slade a hacerse cargo de los niños y a tener que pedir un deseo a un hada para que los pequeños reconstruyeran mágicamente a su madre a partir de los restos de un maniquí.

The Strange World of Gurney Slade © ATV/ITV Studios 1960.
La sangría de espectadores llevó a los ejecutivos de ITV (la cadena que emitía los programas de ATV) a mover el horario de emisión: seguiría siendo sábado por la noche pero a las 23:10, enterrada al horario nocturno. La tercera entrega, que narraba un paseo en la campiña inglesa del buen Gurney (básicamente porque se había confundido de autobús) comenzaba con un monólogo del personaje de casi cuatro minutos divagando sobre hormigas y charlando con ellas, las cuales tenían opiniones muy precisas sobre la política en el Reino Unido.
Los tres episodios finales sí vieron un cambio de registro. Pasó a rodarse en interiores para abaratar costes y Newley, Hills y Green cedieron un poquito –solo un poquito- en hacerla más accesible. El cuarto capítulo ya era un ejercicio de metalenguaje en sí mismo: Gurney Slade era juzgado… ¡por haber hecho un programa sin gracia ante seis millones de espectadores! Para más inri su abogado defensor era un trasunto de Archie Rice, el humorista en las últimas al que dio vida Laurence Olivier en El animador (“The Entertainer”, Tony Richardson, 1960).
La serie dista mucho de ser perfecta […] pero a día de hoy, que se estrenan seiscientas novedades al día, desearía contemplar retos semejantes, por muy imperfectos o extravagantes que resulten
La quinta entrega proponía un viaje al interior de la mente de Slade donde se recorría su espectro emocional, desde “la sala de la depresión” hasta “la sala del sentido común”, pasando por “la sala de los recuerdos”, todo décadas antes de que Pixar ejecutara una maniobra muy parecida en la célebre Del revés (“Inside Out”, Pete Docter, 2015). Se puede interpretar que Newley cedió a la presión de la cadena e incluyó un número musical: aunque la canción interpretada fue la extrañísima y envolvente Strawberry Fair, que se acerca a la psicodelia y a Syd Barrett con casi una década de antelación. Es curioso… siempre pensé que cantaba mejor que eso, musitaba Slade tras ver su propia actuación.
El episodio final es mi predilecto de las seis entregas. Tiene algo de parodia de la obra Seis personajes en busca de un autor de Luigi Pirandello, y aunque nunca podré comprobarlo sospecho que en el está el germen de Five Characters in Search of an Exit, uno de mis capítulos preferidos de The Twilight Zone, que se iba a emitir en Estados Unidos un año después y que firmaría el mismísimo Rod Serling. Todos los personajes secundarios que habían ido apareciendo a lo largo de los episodios anteriores se plantaban ante Slade y le pedían responsabilidades por no haberles dado motivaciones y personalidades concretas.

La influencia de Anthony Newley es más notable en artistas como Eric André o Nacho Vigalondo.
Slade, a su vez, era visitado por ejecutivos de la cadena que lo consideraban “un artista de diseño” y un “modelo multi-propósito” capaz de cantar, actuar y contar chistes. Slade pretendía rebelarse contra ellos, pero el espectador veía como su conciencia era controlada, sin que él lo supiera por un realizador invisible que dominaba su voluntad y le hacía recitar los diálogos escritos para él. En la última escena Gurney Slade expresaba su deseo de hacer una segunda temporada… ante el propio Anthony Newley, el cual contemplaba su transformación en un muñeco de madera del cual era su ventrílocuo.
Para el escritor y músico Rob Chapman, “Gurney Slade” fue para la comedia de situación lo que “El prisionero” fue para las series de espías – tan solo tangencialmente relacionadas con el género. Las comparaciones con la mítica obra de Patrick McGoohan suelen ser habituales aunque narrativamente no se parezcan nada de nada: ambas fueron subversivas, desafiaron al medio, generaron una gran controversia, son dos productos 100% británicos y sus creadores tuvieron la valentía de realizar un acto artístico ante millones de espectadores a sabiendas de que lo más probable es que no fueran comprendidas por la mayoría.
La serie fue encontrando su espacio dentro del mundo de la televisión de culto, con reivindicaciones a posteriori de Edgar Wright o muy especialmente David Bowie
The Strange World of Gurney Slade dista mucho de ser perfecta, a veces su protagonista se enreda en sus propios soliloquios y es una serie a la que cuesta de pillar el truco. Pero a día de hoy, que se estrenan seiscientas novedades al día, desearía contemplar retos semejantes, por muy imperfectos o extravagantes que resulten. Su influencia quizá es más notable en artistas como Eric André o Nacho Vigalondo a la hora de realizar sus demenciales (y muy divertidos) talk shows que en las telecomedias, y aun así ahora usamos términos como deconstrucción para referirnos a su trabajo. Cuando Newley, Green y Hills hicieron Gurney Slade su idea era tan sencilla como la de poder acceder a la mente de un personaje como si de las nubes de pensamiento de un cómic se tratara.
Tan simple como eso, cuando la televisión era de usar y tirar, de impacto inmediato, sin posibilidad de ser grabada en video y que cuando caía en el olvido, ese olvido era definitivo. Gurney Slade estuvo a punto de ser devorado por el “monstruo de mil ojos” (que era como Newley se refería al siempre hambriento público en su maravillosa canción The Man Who Makes You Laugh de 1977). Sin embargo, se resistió a desaparecer por completo del imaginario popular. La serie fue encontrando su espacio dentro del mundo de la televisión de culto, con reivindicaciones a posteriori de Edgar Wright o muy especialmente David Bowie, artista que admiraba a Newley sobremanera, especialmente en los inicios de su carrera, donde básicamente era un clon suyo.
La serie ha sido editada en DVD y en BluRay, la última vez en el año 2020, en una excelsa edición con numerosos extras por parte del desaparecido (e muy llorado) sello Network.