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Sólo durante unos segundos pude estudiar aquella estructura vegetal, de tallos acabados en palma y sobre retículas duras, parecidas a las del Aparato de Golgi. Entonces me pregunté si la planta era pequeña, o grande. Sabía que la cuestión importaba poco, por aquello de que “la buena ciencia-ficción abre preguntas que no siempre responde” (dijo alguien alguna vez), pero hacía tiempo que no dudaba de primeras acerca de lo que veían mis ojos.
No recuerdo si fue la plantita en cuestión, o su vecina, quien acabó por descubrirse un depredador capaz de acabar con el arduo progreso que algune de les supervivientes de la nave Deméter había conseguido. Muerte por plantita, en el capítulo cuatro o así. Todas las tramas de Scavengers Reign tienen carácter de goma de pollo: cuanto más se estiran, más adelgazan. Y por las razones más absurdas se romperán, o nos romperán, porque madre, cuánto aprendemos a querer a cada uno de sus personajes.
La serie apuesta por el minimalismo argumental y consigue dibujar personajes a quienes querer y respetar de tú a tú, fuera del formol de los arquetipos resobados
Quizás por la convicción empecinada de la serie en incorporar el absurdo y la fortuna como piezas dramáticas clave, que validan cualquier final aunque –ay– pueda llegar demasiado pronto y sin por ello caer en los subrayados crueles del ‘Juego de tronos’ de turno. O por su alejamiento obstinado de los justificantes traumáticos como condicionantes morales, porque la masculinidad adormece el juicio pero no corrompe ni al más claro villano de la función.

‘Scavengers Reign’ aún no tiene fecha de estreno oficial en España.
En realidad, villano sólo de segundas. En la soledad de un planeta salvaje, los roles narrativos se ablandan, creo, concretando el conflicto en un aquí y ahora mucho más acotado. Ante la horrorosa sensación de que en las ficciones tantísimas trabas podrían resolverse hablando, aquí todo obstáculo se enfrenta de cara. Como hacen los adultos. La sinfonía creada por Joseph Bennett y Charles Huettner apuesta por el minimalismo argumental y, quizás por ser libre de las cadenas de la causalidad, consigue dibujar personajes a quienes querer y respetar de tú a tú, fuera del formol de los arquetipos resobados.
‘Scavengers Reign’ se descubre un fantástico estudio de dinámicas sociales
Veo, por ejemplo, en Úrsula (Sunita Mani) y a Sam (Bob Stephenson) las negociaciones calladas y constantes de dos colegas-de-trabajo, que se quieren cuando no se calculan. En Azi (Wunmi Mosaku) a aquella amiga cuyo brillo nos empapa y nos vuelve mejores (véase la salida del armario de su robot Levi). En Kamen (Ted Travelstead), claro, a todos los vampiros a quienes he tenido que bloquear. Con el rescate de la Deméter como horizonte simple –y mayormente invisible–, Scavengers Reign se descubre un fantástico estudio de dinámicas sociales.

Ursula y Sam en ‘Scavengers Reign’.
Pero también una instantánea de la fascinación en sí misma. La serie, como sus tripulantes, procura alternar entre el bocabiertismo que el entorno provoca, la representación fiel de las interacciones humanas y la urgencia por llegar a la nave antes de que lo haga el depredador de turno. Como Sam le recrimina a Úrsula, nadie termina una maratón contemplando la increíble flora por el camino. ¿Pero quién querría desatender los síntomas inesperados de un mundo radicalmente alienígena?
Un planeta que no nos juzga porque no nos espera, en el que nada es malo si funciona. Este “planeta de carroñeros” cumple las promesas de una vida independiente y post-humana de ‘No Man’s Sky’, a la vez que se abre a lógicas más allá de lo esperable o normativo, como las simbiosis inquietantes dibujadas por Octavia Butler en ‘Hija de sangre’. Relaciones interespecie, embarazos posgénero, parasitismo cómodo… Vamos, pura ciencia-ficción queer.

‘Scavengers Reign’ y las curiosas criaturas que la habitan.
Aun así, nunca la serie de Bennett y Huettner explota complacida la espectacularidad de su propuesta. El mundo que retrata es, efectivamente, magnífico. Sin embargo, ni la animación de los personajes busca el hiperrealismo (la acción se basta y se sobra de unos pocos fotogramas para ser comprensible), ni la economía visual olvida las puertas que la imagen animada abre, pongamos, el detalle de un ceño ligeramente fruncido o la suavidad con la que una cría abandona su saco vitelino.
En definitiva. Scavengers Reign funciona como ciencia social de altos vuelos y a corto plazo, o como compañía de colonos que lleva el maravillarse por bandera y lastre, o como una placa de Petri que se cuestiona a sí misma al producir respuestas cerradas. O todo a la vez. Que la disfrutéis.