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Fotograma de 'Los pazos de Ulloa'.
Alas de tiniebla Los pazos de Ulloa Los pazo de Ulloa
Gonzalo Suárez es uno de los vástagos del cine español de la Modernidad. En las primeras etapas de su trayectoria profesional interpreta las turbaciones sociales y políticas de los periodos de fin de la dictadura, alojado, en parte, en ambientes cercanos a la marginalidad y el underground refinado, y utilizando los aparejos del momento y unas formas literarias metafóricas, lo mismo que algunos compañeros de generación. Los pazos de Ulloa
Pese al emplazamiento coyuntural inicial, o quizá por eso justamente, en el transcurso del camino profesional enfoca numerosos cuadros del pasado y considera los significados de los reflejos preparando patentes ataduras con su propia época. Todo esto se evalúa bastante bien en Remando al viento (1988) o Don Juan en los infiernos (1991), lo mismo que en expresiones más poéticas compuestas según la infracción cómplice de mecanismos de los géneros tradicionales, como en Al diablo, con amor (1973), donde falsifica los cables del cine de piratas.
La propuesta gira, casi obsesivamente, durante sus cuatro capítulos, en torno al permanente impacto de sensibilidades, creencias y espacios
Por tanto, el acercamiento a mediados de los años ochenta para TVE a las letras de Emilia Pardo Bazán no es una excepcionalidad en el grupo de su obra. Sí es bastante más inusual la decisión de aprovechar el cometido para formular con el material ajeno una especie de pertinente relectura de una obra propia escasamente considerada. Los pazos de Ulloa, a decir verdad, puede examinarse en forma de una segunda interpretación de los dos cuentos de Valle-Inclán de los que nace el largometraje de 1976 Beatriz, en el que son investigados una parte de los misterios del folclore gallego desde la contemplación de las herméticas rutinas de un grupo de individuos enganchados, por diferentes razones, al caserón de una condesa después de la llegada de un inquietante cura.
En el film el director parece interesarse, por encima de todo, por la captura con la cámara de las sustancias de identificadas costumbres y títulos blasfemos. Esto conduce a la materialización de una pegajosa atmósfera siempre flagelada por la sexualidad reprimida y la violencia. Estos asuntos también dan forma a las composiciones particulares de la traducción entregada de dos libros de la escritora, la novela de 1886 y “La madre naturaleza”, la continuación publicada un año más tarde. Los pazos de Ulloa

Fotograma de la película ‘Beatriz’.
El lado oscuro Los pazos de UlloaLos pazo de Ullo
Lo mismo que Beatriz, la serie de 1985 comienza con la llegada de un sacerdote forastero a una casona en mal estado levantada en las entrañas de la Galicia de leyendas y convicciones fantasmales. Este individuo interpretado por José Luis Gómez, Juan Álvarez, enviado por un representante de una cierta ilustración aristocrática a los territorios de la brutalidad, personificada en las figuras del cacique de Omero Antonutti y sus servidores y vecinos, con su aparición, insta a descubrir e inspeccionar los enigmas de diferente signo y grado del lugar, desde un planteamiento tan clásico como eficaz de colisión de visiones enfrentadas. Los pazos de Ulloa
Así, la propuesta gira, casi obsesivamente, durante sus cuatro capítulos, en torno al permanente impacto de sensibilidades, creencias y espacios. Álvarez, igual que más tarde el primer personaje de Victoria Abril, Nucha, encarna la energía multidimensional de la escalada paulatina de la modernidad. Es una sibilina estatua de carne y hueso formada con fragmentos emocionales y físicos de la actualidad de las urbes. Su presencia en el escenario de tradiciones anuncia el inevitable fin, tanto como las imágenes de la tumultuosa celebración de las elecciones en el pueblo.
La gran interpretación de la novela se pierde sin remedio en medio de lo antinatural y lo celebra
La agrupación de planos pertenecientes a dimensiones distintas pone de manifiesto la voluntad de Suárez de componer, en un tiempo de determinantes mutaciones, un relato, a la vez, privado y colectivo sobre la base de un formato, en realidad, no muy distinto al planteado y utilizado por Bertolucci en Novecento (1976), donde marchan en paralelo las narrativas de la amistad de un patrón y un campesino y del despertar ideológico de las clases sociales más desfavorecidas. Los pazos de Ulloa
Esta ambiciosa combinación de intervenciones también toca las imágenes de Los pazos de Ulloa, aunque con consecuencias menos coherentes. Tan pronto como se cierra aparecen los descubrimientos más apreciables, especialmente durante la escenificación de los cuadros de encantamientos y folclor traídos por una magnética Charo López en escondrijos tenebrosos. El regocijo de la cámara en estas escenas clandestinas propicia la inmersión en un entorno imprevisible agitado por la superstición. Acá, entre los fantasmas, encuentra Suárez una verdadera posición para su lectura, y su pertinencia frente a la expresión de Emilia Pardo Bazán. La gran interpretación de la novela se pierde sin remedio en medio de lo antinatural y lo celebra.

Victoria Abril y Jose Luis Manzano en ‘Los pazos de Ulloa’.
La repercusión de los poderes del otro lado es tan trascendental que incluso los elementos propios de la filosofía y la modernidad cambian para siempre. En todo esto, la exposición de las metamorfosis de los cuerpos y las ideas especifica imágenes memorables, como ese instante delirante del sacerdote rezando hundido en la tiniebla. Ese primer plano movido, desenfocado, algo torpe en suma, me entusiasma por su habilidad para sintetizar un proceso complejo de lucha y transformación personal. Ahí comparece el Suárez liberado del corsé de la adaptación académica, el duendecillo desarreglado y flipado por los órganos de una utópica imagen pura. Los pazos de Ulloa
La coexistencia en la serie de facetas existenciales y políticas desvela el proceso angustioso de transformación sobre el que se dispone el recorrido de los personajes de fuera
La toma defrauda pero no puede ser más admirable. En contraposición a las panorámicas ocultas y fantasmagóricas platican con persuadido arrojo las globales informativas, formadas por los desplazamientos y las discusiones de pensamientos. Pese a sus certezas y vigores intelectuales no resisten la comparación con las hermanas encerradas y animales, acaso por su patente falta de enigmas. De este grupo, en mi opinión, solo funcionan aceptablemente las escenificadas, a modo de torpe danza de caretas, en Santiago de Compostela durante la visita del marqués a casa de su tío para conocer a sus primas, puede que por la inestabilidad emocionada de un Antonutti expulsado de sus terrenos y la sorna deliciosa de Fernando Rey.
Cuentos para una escapada
Sin lugar a dudas, la coexistencia en la serie de facetas existenciales y políticas desvela el proceso angustioso de transformación sobre el que se dispone el recorrido de los personajes de fuera, esto es, Nucha y Juan Álvarez. La mujer finalmente fallece en el capítulo 3, después de dar a luz a una niña que, con el tiempo, se convierte en una imperfecta prolongación de su salvaje padre, una niña de la naturaleza. Por otro lado, el cura no muere, al menos no físicamente, pero queda encerrado a perpetuidad en ese pazo del marqués que actúa en forma de magneto para las almas señaladas. El plano privado de la oración casi desesperada, comentado antes, explica el progreso de una batalla tortuosa.
Las dramáticas consecuencias de esta aparecen en el capítulo final, donde el director trabaja la segunda novela. En el relato posterior el personaje ya es un zombi melancólico y maniatado a la tumba de su querida Nucha. Esta visión es de las más potentes del grupo, puede que por su rarísima fugacidad. En el último acto el omnipresente hombre de Dios, tras romperse íntimamente con el fallecimiento de la idealizada señora, es una mancha sobre un puñado de planos. Los pazos de Ulloa
En el cuadrilátero figurado por Suárez luchan la ilustración y la barbarie, la tradición y la modernidad, y, en un cierto sentido, “Los pazos de Ulloa” y “La madre naturaleza”. La primera llena tres capítulos y la otra el cuarto. Esta disposición es razonable pero también peculiar, por cuanto lesiona voluntariamente la continuación y el desenlace final del relato familiar. En cierto modo, el director aprovecha la formación del libro dos para sugerir un documento adjunto de crítica e interrogaciones.
El plan de convertir “La madre naturaleza” en una señal lejana de melancolías y sueños, en una herramienta de deconstrucción de Emilia Pardo Bazán resulta un invento sorprendente
El enfoque se hace realidad en el producto con la decisiva intervención de un nuevo personaje, Gabriel Pardo (Nacho Martínez), el hermano de la desaparecida Nucha y el tío de la protagonista Manuela, a quien también da vida Victoria Abril. Este enigmático individuo, llegado de la capital con una biografía resbalosa bajo el brazo, igual que los pistoleros sin nombre de incontables spaghetti western, pretende ordenar la crónica del lugar y los sujetos, como, por otro lado, el estudiante de Sacristán en Beatriz.
La discrepancia física y psicológica del tipo ayuda a Suárez a contemplar con una cierta perspectiva las impresiones previas y a comentarlas. La naturaleza eminentemente teórica, incluso abstracta, de la actividad apaga el avance de una historia expuesta en ese punto alrededor de los amores de los dos hermanos adolescentes y reduce su impronta emocional. No obstante, el plan de convertir “La madre naturaleza” en una señal lejana de melancolías y sueños, en una herramienta de deconstrucción de Emilia Pardo Bazán resulta un invento sorprendente, no por confuso menos elocuente, por lo menos en la enumeración de conmociones primarias. Los pazos de Ulloa

Pastora Vega en ‘Los pazos de Ulloa’.
