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'Kingdom' (T2)

Carne de cañón


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La mejor serie de zombis del momento borda una estupenda segunda temporada, capaz de combinar sin despeinarse tejemanejes shakespearianos con monstruos devoradores de tripas.

'Kingdom' está disponible en Netflix.

Desde que en 1968 George A. Romero codificara definitivamente el género zombi en La noche de los muertos vivientes, los no-muertos han servido principalmente para dos cosas: para aterrorizarnos, y como metáfora andante. Son, en primer lugar, una traslación monstruosa y clara de nuestro miedo a la muerte, a la descomposición, a las partes incontrolables o traicioneras de nuestro cuerpo o nuestra sociedad; un miedo que corría libre en el Estados Unidos de finales de los sesenta, escindido entre los terrores de la inacabable Guerra de Vietnam y el estallido del conflicto racial, con el surgimiento de los Pantera Negra.

Diez años después, el propio Romero insistió en este soterrado comentario social para hacerlo todavía más evidente, convirtiendo a los zombis en las víctimas del consumismo rampante de la época, gente alienada y sin cerebro, en su necesaria El amanecer de los muertos.

Desde entonces, utilizar a los no-muertos como excusa para el comentario social y, por qué no, para contentar a los amantes del gore, ha sido una constante de algunas de las mejores películas y series del género. Ahí tenemos a The Walking Dead, que ya en sus inicios dejó claro que le interesaba más explorar las nuevas (y perversas) formas de relación y construcción de una nueva sociedad que preguntarse por el origen de los zombis; una exploración, eso sí, que tras diez temporadas empieza a sentirse muy agotada, más cercana al culebrón que al acercamiento sin piedad a las relaciones humanas en tiempo de crisis que era la serie en sus inicios.

Afortunadamente, tenemos algún recambio. Por su urgencia, su capacidad para sorprender y sobre todo por no tener ningún miedo a recuperar a los zombis como forma de comentario social, Kingdom se ha convertido, para el que esto suscribe, en la mejor serie de zombis del momento. Si en su primera temporada, interesante pero lastrada por bruscos cambios de ritmo y algunos desiertos narrativos, la serie ya se permitió momentos de terror puro combinados con una lujosa ambientación en la Corea medieval, la segunda temporada de la serie pisa el acelerador desde su espectacular primer episodio, subiendo el volumen de la intriga palaciega pero también el ritmo al que se suceden los acontecimientos. Es, en definitiva, un caramelo para cualquier amante del género zombi.

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Decíamos antes que The Walking Dead no se interesa especialmente por el origen de los zombis; Kingdom convierte la investigación sobre ese origen, y las ramificaciones de los descubrimientos que van haciendo sus protagonistas, en su razón de ser. Aquí, los no-muertos funcionan casi como arma biológica, como marionetas que los altos cargos del gobierno del país pretenden manejar para conseguir sus oscuros intereses: las diferencias de clase y el alienamiento que los poderosos imponen sobre los débiles orbitan en torno al núcleo ideológico de la serie, en la que la maldad de los ricos y su instrumentalización de los vasallos suponen el mayor pecado posible. Un pecado capaz de conseguir lo más abominable: devolver a los muertos a la vida.

Los zombis, confundidos todos en una marea de sangre y tripas, son una representación clara también del temor de los poderosos al alzamiento de las clases populares

Estas son cuestiones que ya estaban presentes en la primera temporada de la serie, pero que en su segunda entrega se clarifican y, sobre todo, se aplican de forma brillante a la construcción dramática de Kingdom. Sus malvados conspiradores ya no solo atacan al protagonista, el virtuoso y resolutivo príncipe heredero del reino, sino que empiezan a atacarse entre sí, desatando una rueda de traiciones y giros que debe su eficacia tanto a otros culebrones históricos (Juego de Tronos viene a la cabeza en varias ocasiones) como a las constantes clásicas que pone en juego. La lucha constante por el trono de Corea no beneficia a nadie, lo único que deja son víctimas por el camino.

Esta apuesta por el giro constante convierte la segunda temporada en una aventura trepidante que funciona como un tiro, en la que forma y fondo se dan la mano para construir una experiencia entretenidísima, y en la que hay incluso espacio para la emoción verdadera, tras una primera entrega más fría.

Los zombis de Kingdom, cuando aparecen (y vaya si aparecen), lo hacen como una fuerza ciega y arrolladora, indistinguible: no existen «malos finales» entre ellos, confundidos todos en una marea de sangre y tripas; son una representación clara también del temor de los poderosos al alzamiento de las clases populares. No distinguen entre buenos y malos y arrasan con todo, y eso nos aterroriza; pero nos aterroriza todavía más porque la serie se empeña en señalarnos siempre que esa marea de rabia existe solo porque los gobernantes han permitido que exista.

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