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Crítica de la 3ª temporada

En ‘El juego del calamar’, el capitalismo siempre gana


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La serie de Netflix estrena su tercera y última temporada, que es realmente continuación directa de una segunda que llevó más al extremo su interés por los efectos del capitalismo y el individualismo salvaje en la gente corriente.

Lee Jung-jae en la tercera temporada de 'El juego del calamar'.

La segunda temporada de El juego del calamar se estrenó en Netflix en Navidad y se las apañó para acabar el año entre las series más vistas, aunque solo hubiera tenido unos pocos días para sumar visionados. Su último episodio se cerraba en un cliffhanger, con la rebelión de Gi-hun contra los mandamases del juego frustrada y muchos de sus compañeros muertos, y la tercera entrega retoma la historia en ese mismo punto. Queda claro que Hwang Dong-huyk, su creador, concibió y rodó las dos temporadas como una sola que se han separado para su emisión, razón por la que la segunda quedaba un poco coja en cuanto a resolución y la tercera apunta a seguir la caída de Gi-hun hacia la desesperación y el nihilismo total.

El arranque de la última temporada muestra lo que ocurre cuando se aprietan un poco más las tuercas del sistema y se empuja al individuo al salvajismo animal

Porque estos seis últimos capítulos, al ser la recta final de la historia, no se molestan en tener una introducción o un recordatorio de lo que ha pasado hasta ahora; van directos a las consecuencias de ese levantamiento fallido por parte de los jugadores y al enfrentamiento definitivo entre Gi-hun y Frontman, el director del evento, que se pasó la segunda temporada infiltrado entre los competidores para ganarse la confianza de su rival y averiguar qué pretendía al presentarse de nuevo a un juego que ya había ganado. Lo que Frontman pretende es destruir anímicamente a Gi-hun, demostrarle no solo que es imposible rebelarse, sino que su confianza en que sus compañeros de fatigas se darían cuenta de que no merece la pena arriesgar la vida de esa manera por un puñado de wones (muchos puñados, es verdad) estaba infundada.

El juego del calamar

Lee Byung-hun es el Frontman en ‘El juego del calamar’.

El individualismo por bandera

Es una continuación del extremo al que El juego del calamar llevó sus temas en los episodios emitidos en Navidad, en los que veíamos que, más o menos, la mitad de los participantes creía siempre que era más fácil que sobrevivieran a todas las pruebas y se llevaran el premio que morir en el siguiente juego. Solo miraban por sí mismos, solo les preocupaban sus circunstancias personales, y estaban ciegos a cualquier atisbo de solidaridad porque creían de verdad que les perjudicaba. ¿Por qué unirse y tener más opciones de vivir si eso implicaba ganar al final menos dinero?

El arranque de la última temporada muestra lo que ocurre cuando se aprietan un poco más las tuercas del sistema y se empuja al individuo al salvajismo animal. Ahí va encaminado también Gi-hun; ya nada le importa, más que expiar ese sentimiento de culpa que le oprime. Y mientras siga en marcha el “sálvese quien pueda”, Frontman y sus colaboradores pueden continuar utilizando a gente corriente, y desesperada, como peones en su entretenimiento.

La misión de este tramo final es resolver los diferentes flecos narrativos abiertos y justificar que hay suficiente historia para llenar seis capítulos sin que el cinismo extremo se apodere de los espectadores

Porque El juego del calamar tampoco ha inventado en este subgénero de personas caídas en desgracia obligadas a divertir a los ricos y poderosos. La saga de Los juegos del hambre se construye sobre una competición parecida que le sirve al régimen en el poder para mantener, por la fuerza y el miedo, el control sobre sus habitantes, mientras Perseguido, que Stephen King publicó bajo el pseudónimo de Richard Bachman, mostraba un futuro en el que los presos participaban en un reality show en el que se jugaban su libertad a escapar de unos cazadores que los acechaban para matarlos. Era la versión televisada y gamificada de la pena de muerte.

En todos los casos, hay un sistema político y social que utiliza esas competiciones para controlar cualquier intento de subversión o de rebelión a través de la comunidad. Frontman solo ofrece a los jugadores la ilusión de que pueden decidir su destino; en realidad, fomenta su división y su individualismo, y Gi-hun se esforzó en vano por cambiarlo durante la segunda temporada. Para cuando llega la desesperación por sobrevivir en la tercera, ya es tarde para recurrir a ello.

El juego del calamar

‘El juego del calamar’ está disponible en Netflix

Qué le queda por contar a ‘El juego del calamar’

Los temas de los que habla la serie están muy claros. Sigue burbujeando al fondo el comentario sobre la misoginia de la sociedad coreana, que no acaba de afrontarse del todo, con la serie dividida entre exponerlo o caer en todos los estereotipos posibles, y a muchos personajes que, hasta entonces, parecían estar muy convencidos de sus posibilidades y del camino a seguir se les cae la careta. Los seguros se vuelven cobardes y los inseguros encuentran la manera de que el miedo los propulse hacia adelante.

La propia existencia de estas dos temporadas son una muestra más de la creencia de la serie de que el capitalismo encuentra siempre la manera de declararse vencedor

Pero que esta temporada continúe directamente la segunda, seis meses después, puede generar cierta sensación de cansancio. Veremos otros juegos nuevos, cada vez más letales; los participantes irán perdiendo lo poco que les quede de humanidad (Gi-hun, primero), hasta llegar al jefe final, a la última prueba. No hay nada más diferente que contar. La misión de este tramo final es resolver los diferentes flecos narrativos abiertos (el policía que busca la isla de los juegos, la desertora norcoreana entre los guardias) y, además, justificar que hay suficiente historia para llenar seis capítulos sin que el cinismo extremo se apodere también de los espectadores.

Al fin y al cabo, todo esto se condensaba en la primera temporada en solo nueve capítulos. La novedad y la sorpresa de encontrarse con una narrativa así eran muy importantes a la hora de que El juego del calamar funcionara entre la audiencia. Que lo mismo se extienda durante trece capítulos corre el riesgo de perder ese tirón, de que los espectadores se vean arrastrados por la misma desesperación que Gi-hun. Porque la propia existencia de estas dos temporadas son una muestra más de la creencia de la serie de que el capitalismo encuentra siempre la manera de declararse vencedor.

El juego del calamar

El juego del calamar

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