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Critica de la serie

‘Efectos secundarios’, entre la conspiranoia y el despiste


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De los creadores de ‘The Office’ y ‘Scavengers Reign’, llega una carrera trepidante (y bastante graciosa) con setas milagrosas, verdugos “mindful” y yanquis tan increíbles como la vida misma.

Pinta una seta de azul, confiérele poderes mágicos y tendrás un McGuffin lo bastante poderoso para transformar el apetito de ficción en hambre voraz. Abre Marshall Cuso (Dave King), improbable mezcla entre el genio científico, el incel descamisado y el hippie con crocs. Marshall protesta en la macroconferencia de una farmacéutica contra el vertido de químicos en la selva. A los pocos minutos, hará lo que todo buen conspiranoico: confesar su “gran secreto” al primero que pasa, en este caso a la apocada Frances Applewhite (Emily Pendergast), una antigua amiga del instituto que bien se guarda decirle que trabaja para el CEO de la farmacéutica. Y que, claro, podría sacar bastantes millones de su descubrimiento.

Entra la seta azul: un hongo capaz de curarlo todo, desde heridas mortales hasta la demencia, retrotrayendo a sus consumidores a una ensoñación fantástica digna de los delirios simbióticos de Octavia Butler o de su heredera Scavengers Reign, anterior serie de Joe Bennet. Tener el control de la seta es gobernar sobre el mundo fármaco, por lo que Marshall lleva tiempo jugando al gato y al ratón con las todopoderosas fuerzas de los “ellos” en la sombra, el Gobierno y la farmacéutica dirigida por Jonas “el Lobo” (Danny Huston), un capo tan inquietante como su apelativo. Lo que sigue es un entramado de acción y thriller conspiranoico que avanza al galope, sobre la estructura inteligentísima de los mejores superventas de bolsillo.

En lugar de una épica de culebrón, la serie apuesta por dar sabor a su reparto variopinto, enriqueciendo la trama con detalles que ancoran este thriller conspiranoico a lo humanamente reconocible y a lo gracioso

Del champiñón a la entropía, Marshall (y su inestimable tortuga peruana) son primero perseguidos, y luego explotados, como la llave para dominar este azulenco Santo Grial. Tratando de aprehenderlos corren las fuerzas del FBI, una mafia carcelaria y hordas de gente corriente insatisfecha y malcompensada, a quienes Bennet y Steve Hely (guionista en Veep) dan todo el poder que a sus protagonistas arrebatan. Podemos tratar los agujeros de verosimilitud tras la supervivencia necesaria de Marshall y tortuga, cada vez más y mayores, cual efecto secundario de las altas dosis de adrenalina, aunque llegamos al scrimmage final con el cuerpo algo acostumbrado.

Efectos Secundarios

‘Efectos secundarios’ y su seta azul milagrosa.

Muchos hilos, un hongo y una pastilla

Eso no quita que la de Adult Swim, perfectamente multientramada, avance con la presteza y el carácter de perlas corales como Quemar después de leer, su hermanada en versión revoltijo-acídico. Aquí no hay mala baba, más bien un desencanto largamente anunciado: a pesar de las rastas y la tripa al aire, a Marshall lo mueve un altruismo casi mesiánico. Y a Marshall lo tumbará, lo sabemos, el interés de Frances, una María Magdalena “bajo la influencia” de la meritocracia y del burnout que (se) miente de forma compulsiva sobre su vida íntima, sentimental y laboral.

Sin embargo, quizás para mejor, los caminos de ambos se enrocan en sendas luchas y la pareja se distancia pronto, ahorrándonos resabidos melodramáticos. En lugar de una épica de culebrón, Efectos secundarios apuesta por dar sabor a su reparto variopinto, enriqueciendo la trama con detalles que ancoran este thriller conspiranoico a lo humanamente reconocible y a lo directamente gracioso.

Podrías encontrar su reparto en el metro, aunque nunca podrías imaginarlos: la pareja de agentes del FBI que persiguen al micólogo Joseph Lee Anderson y Martha Kelly (la inquietante capo de la segunda temporada de Euphoria), de nombre Copano y Harrington, son familia tanto de Laurel y Hardy como de Harry Truman y Dale Cooper, y agujerean un argumento echado para adelante con viñetas a lo slice of life que nos llevan a preguntarnos si son muy inteligentes o todo lo contrario. “¿Es el apio un primo o un hermano de la zanahoria?”, duda Copano, inexpresiva.

‘Efectos secundarios’ funciona como aparador satírico de los perfiles más inverosímiles de la “Amérrica” contemporánea, ergo tardocapitalista integral

A contrapelo de lo prescrito por el intríngulis de la sci-fi, no hay personaje de esta serie que no ande, como mínimo, algo distraído. Ni cuando confiesa su gran secreto Marshall puede dejar de comentar sobre lo absurdo del nombre en un pedido de Starbucks. De hecho, el propio CEO de la farmacéutica, el villanesco Rick (Mike Judge), gobierna sin atisbo de humanidad y sin tampoco apartar la vista del Candy Crush. El tipo resulta lo bastante lastimero y autocompadecido para invocar una empatía a ceja alzada, hasta secuestrarla; es un grandísimo jefe. Será la mano de Greg Daniels (cocreador de The Office) y el propio Mike Judge (creador de Beavis y Butt-Head), productores ejecutivos y expertos en cultivar las ricas zanjas de la idiotez humana.

En realidad, Efectos secundarios funciona como aparador satírico de los perfiles más inverosímiles de la “Amérrica” (Estados Unidos) contemporánea, ergo tardocapitalista integral: un sistema donde pueden coexistir una girlboss racializada y amoral, Cecily (Sydney Poitier), y las subespecies más extravagantes de yonqui de búnker, como Zane (Alan Resnick) o la mafiosa post-hippie Hildy (Sue Rose). Como el hongo ha evolucionado para alimentarse de vertidos tóxicos, estos ecosistemas humanos sólo existen en un país erigido por hillbillies y la oxicontina. Bennet y Hely recogen las colillas quemadas de estos petardos entre el hiperrealismo y el cartoon, con tanta conmiseración y mala leche –y no alternativamente– como las mejores radiografías humanas de los noventa. Darla vive, supongo.

Efectos Secundarios

Copano y Harrington en ‘Efectos secundarios’.

Cabezudos rumiantes

Tremenda es la precisión necesaria para aunar alta tensión conspiranoica y antropología de a pie de calle, pero la sostiene una paleta actoral tan rica como en Planeta de recolectores: el estudio Bandera prioriza el gesto significativo por encima de la gran secuencia de acción, confiando buena parte del dibujo de sus personajes en los grados de un ladeo de cabeza taciturno o en la relevancia de un tembleque nervioso en el momento exacto. La microdramaturgia se une, una vez más, a los giros sorpresivos de la sci-fi y a lo explosivo de una animación de primera para que la vida escale, en un santiamén, de lo pequeño-íntimo a lo grandioso-espectulativo.

‘Efectos secundarios’ es punta de lanza de una animación adulta, matemática y que, ante todo, confía en lo mejor que el formato serie puede aportar

Si bien Efectos secundarios poco se reconoce como muestrario metafísico: quizás apresurado por su espíritu buscadamente paperback, o demasiado ocupado en meter un alud de personajes y escenarios en diez capítulos de veinte minutos, el impacto existencial que la seta azul tiene sobre las vidas de sus pacientes acaba reduciéndose a lo casi-anecdótico. Desde la abuela que desdeña el tiempo tras ser curada (y luego muere), a la hippie que manipula la muerte como si de otra droga se tratara, hay muchas vueltas que dar alrededor de la relatividad absoluta del valor de la vida humana… Esperamos verlas en la segunda temporada que Adult Swim ha confirmado ya.

En fin, puede que Bennet, a quien cancelaron la segunda temporada de Scavengers Reign ya arrancada la preproducción, hubiera aprendido a compactar narrativas y así ahorrarse disgustos. Sus Efectos secundarios son, en cualquier caso, punta de lanza de una animación adulta, matemática y que, ante todo, confía en lo mejor que el formato serie puede aportar.

Efectos Secundarios

‘Efectos secundarios’ está disponible al completo en Max.

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