Warning: Undefined array key 0 in /var/www/clients/client2/web30/web/wp-content/themes/serielizados2025/single.php on line 151
Warning: Attempt to read property "ID" on null in /var/www/clients/client2/web30/web/wp-content/themes/serielizados2025/single.php on line 151
Comparte
Anna Castillo es Pilar en 'Su majestad'.
En su primera secuencia, Su Majestad pone el punto sobre las íes más monárquicas. Final de la Copa del Rey, Barça-Girona, en el Metropolitano, el estadio con el equipo de sonido más potente de todo el país. “Van a poner el himno tan fuerte que no se les va a oír”, le dice Alfonso XIV a su hija, intentando tranquilizar a una princesa Pilar al borde del ataque de nervios, presa del pánico ante el más que probable abucheo que los aficionados van a dedicarles. A ella, a su padre y a todo lo que representan. “Nunca he visto a tu madre más guapa que en aquella final entre el Madrid y el Osasuna”, trata de convencerla el monarca. “No compares. No es lo mismo. ¿Cómo que podría ser peor? ¿Peor que dos equipos de putos catalanes?”.
Ya en el palco, y mientras el atribulado Jefe de la Casa Real pretende supervisar la realización televisiva del evento desde la unidad móvil, obligando a bajar el sonido ambiente para que la retransmisión no capte la bronca en unas gradas abarrotadas de esteladas, algo se le escapa cuando la pantalla gigante del estadio sostiene un primer plano de la heredera al trono. No hace ninguna falta ser especialista en lectura de labios para entender su susurro: “¡Hijos de puta!”.
Los creadores y guionistas de la producción que nos ocupa se olvidan de pisar el pedal de frenos y llegan dispuestos a tirar de toda la irreverencia posible en su tragicómico retrato
Tan arriba comienza Su Majestad que, desde ese minuto uno, no deja lugar a dudas: esta serie para Prime Video no se va a cortar un pelo, más allá de cambiar nombres y de no dibujar un árbol genealógico clavado al de los Borbones. Más vale curarse en salud, que no estamos para seguir los pasos de Pablo Hasél. Pero no importa demasiado, porque los parecidos con nuestra realeza son más, mucho más, que razonables. Si no lo hicieron en los tiempos de Vaya semanita, mientras ETA seguía su actividad de coches bomba y disparos en la nuca, Borja Cobeaga y Diego San José no se van a achantar ahora. Como no podría ser de otra manera, los creadores y guionistas de la producción que nos ocupa se olvidan de pisar el pedal de frenos y llegan dispuestos a tirar de toda la irreverencia posible en su tragicómico retrato.

En su escena inicial, en la final de la Copa del Rey, ‘Su majestad’ ya hace toda una declaración de intenciones.
La serie enlaza la investigación de los turbios y corruptos negocios de un rey que oculta una fortuna en las Islas Vírgenes con un paréntesis de la vida pública y de sus obligaciones. Una vez las fuerzas vivas, políticos y militares, jueces y obispos, sugieren, si no imponen, apartar temporalmente del foco al primero de todos los españoles, le toca a la superada Pilar asumir la representación de la familia real. Y de eso van sus siete capítulos: del proceso de maduración de una niña mimada, educada en el más superlativo de los privilegios.
Todo parecido con la realidad no es pura coincidencia
Porque, en el fondo, Su Majestad es un coming-of-age: concretamente, el de una nini de altísimos vuelos, frívola y arrogante, irresponsable y holgazana, muy poco sensible respecto a la burbuja dorada en la que vive a todo trapo. Asesorada, y escrutada muy de cerca, por un babysitter con larga experiencia en la diplomacia, nuestra heroína emprenderá un camino de aprendizaje y toma de conciencia. No le pidamos peras al olmo, pero para la futura monarca será inevitable un cierto crecimiento personal, una evolución, un mirar más allá de sus reales narices y ombligo.
En el devenir de Su Majestad, Cobeaga y San José (y el también guionista José Antonio Pérez Ledo) juegan a ser gamberros, por supuesto, dominando como sabemos que dominan el gag y el chiste, la réplica ingeniosa y la metáfora tan graciosa como sangrantemente reconocible. Todo parecido con la realidad no es pura coincidencia. En un tan salvaje como selectivo pimpampum, rifle con mira telescópica, nuestros francotiradores no se ciñen a la monarquía, porque los cayetanos con pulserita, los asesores apagafuegos y, sobre todo, los representantes de la alta magistratura también reciben lo suyo.

Una estupenda Anna Castillo da vida a la princesa Pilar.
En uno de los mejores momentos de la serie, y tras el Acto de Apertura del Año Judicial, la princesa Pilar se apunta a una comilona en el reservado de un restaurante. En medio de una sobremesa bien surtida de licores y puros, los magistrados del Supremo y del Constitucional presumen de historial de encarcelamientos: veo a tu grupo de rock que canta en euskera y subo la apuesta con aquel músico que rapeaba “folláis entre primos desde hace generaciones, normal que salgáis con un retraso de cojones”.
Pilar no deja de ser una niña rota por la prontísima muerte de su madre y por la permanente ausencia de un padre que nunca asumió sus responsabilidades familiares
Al rato, y para sorpresa de la cada vez más boquiabierta y ojiplática heredera, el grupo visita una especie de equivalente español a la misteriosa Área 51: un almacén en Getafe que guarda a buen recaudo todo aquello que nuestros comprometidos hombres y mujeres con toga han decidido apartar de la circulación con sus sentencias. Y la cosa llega a su clímax cuando todos juntos completan tan festiva jornada haciendo la última en uno de los picaderos del rey Alfonso, donde, mientras los representantes de la ley dan buena cuenta de un whisky añejo y de repostres en polvo, Pilar descubrirá las lúdicas, y lúbricas, aficiones de su padre, que el CNI se encarga de mantener fuera del radar.
Pero la comedia, la burla, la mofa, la crítica, el satírico señalamiento al poder, no lo son todo en este reverso malévolo, travieso y divertidísimo de The Crown. Porque Borja Cobeaga y Diego San José huyen de la caricatura y nunca se olvidan, todo lo contrario, de construir a personajes de ética cuestionable, sí, pero con cuerpo y alma, humanizados y metidos en circunstancias de absoluta verosimilitud.

‘Su majestad’ estará disponible a partir del 27 de febrero en Prime Video.
Con la complicidad de la siempre magnífica Anna Castillo, dibujan a una protagonista que, en lo festivo, se acerca más a Victoria Federica que a Elena o a Cristina de Borbón. Y que, en su drama humano, no deja de ser una niña rota por la prontísima muerte de su madre y por la permanente ausencia de un padre que nunca asumió sus responsabilidades familiares (tema, este, que parece quitar el sueño a un Cobeaga que habla exactamente del mismo asunto en su muy próxima y estupenda película, Los aitas). Bajo los vestidos y la corona, y tras el privilegio, se esconden seres tan humanos como nosotros.
En la relación entre Castillo y Alterio, se encuentra el cuerpo emocional de la serie
El otro personaje principal de Su Majestad es Guillermo, el secretario de la princesa, un hombre curtido en los pasillos de palacio, experto en solventar conflictos que puedan poner a la monarquía en un brete, siempre al servicio de blanquear las salidas de tono y la pérdida de papeles de reyes y herederos, para quienes no todo gran poder conlleva siempre una gran responsabilidad. Si hay que amenazar con cierres de periódicos y exilios profesionales, se amenaza. Si hay que silenciar a estudiantes becadas o a cómicos que convierten las hazañas reales en material para sus monólogos, se silencian.

Ernesto Alterio interpreta a Guillermo, el (curtido) secretario de la princesa.
Un fantástico Ernesto Alterio se pone en la piel de este Señor Lobo de sangre azul, que se enfrenta a un reto casi imposible: convertir a la reina de la noche, de las pistas de baile, de las fiestas y las resacas, en la reina de todos los españoles. En la relación entre Pilar y Guillermo, entre Castillo y Alterio, se encuentra el cuerpo emocional de la serie.
Su Majestad supone el feliz reencuentro de Cobeaga y San José en su primera serie creada y escrita en común, tras dos joyas paridas en solitario: el primero, con No me gusta conducir, y el segundo, con Celeste, nos hicieron disfrutar tanto como con esta afilada sátira sobre una institución caduca y sobre un país, mi querida España, esa España tuya, esa España nuestra, que mantiene intocables, contra viento y marea, a sus sacrosantas instituciones.