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Meghann Fahy es Devon en 'Sirenas'.
En el extenso y competitivo universo de las series, donde todos los meses, por no decir todas las semanas, aparece una que atrae las miradas, suponiendo un éxito para la plataforma que la ofrece en su catálogo, destaca una cuya expectativa sobre el papel ha ido en concordancia con la respuesta del público que la ha posicionado, casi de inmediato, entre los primeros puestos de las más vistas. Me refiero, claro está, a Netflix y su apuesta firme por continuar ahondando en el fascinante mundo de las élites, sus entresijos y la diferencia de clases, a base de un entramado dramático-cómico de relaciones de poder, intereses y apariencias, aprovechando la estela de otras últimas propuestas similares, como The White Lotus o Vicios Ocultos.
‘Sirenas’ es un estudio del evidente choque de los diferentes extractos sociales, junto a una reflexión sobre los comportamientos alrededor del poder y el dinero
Sirenas narra la historia de Devon (Meghann Fahy), una mujer, con problemas de alcoholismo y estabilidad emocional y económica, que va en busca de su hermana menor, Simone (Milly Alcock), para que regrese y la ayude a cuidar a su padre enfermo. La localiza en una exclusiva isla, en una enorme mansión junto al acantilado, donde trabaja como asistenta personal de Michaela Kell (Julianne Moore), una enigmática y cautivadora socialité convertida en una filántropa que gestiona un santuario de aves rapaces. La perturbante relación que existe entre la empleada y la empleadora lleva a Devon a intentar por todos los medios persuadir a su hermana para que abandone el trabajo.
Sin embargo, su firme negativa desencadena una serie de confrontaciones y situaciones que conducen a un entramado que saca a la luz el objetivo principal de la propuesta: el estudio del evidente choque de los diferentes extractos sociales, junto a una reflexión sobre los comportamientos alrededor del poder y el dinero.

‘Sirenas’ está disponible en Netflix.
Lo inteligente aquí es que la exposición se produce a través de tres potentes figuras femeninas, que forman una suerte de santísima trinidad cuyas conductas exponen, sin miramientos, el turbio rol al que se ve sometida la imagen de la mujer en determinados ambientes elitistas. Una vez más, nada nuevo bajo el sol. La micro sociedad establecida en estos ambientes selectos, sobrecargada de machismo y, cómo no, de conservadurismo, es el escenario ideal para establecer una lectura crítica del estado de las cosas, mientras se traza una sátira inteligente y mordaz sobre ese espécimen tan curioso como absurdo que es el ser pudiente y multimillonario.
Aquellos seres mitológicos con forma de mujer, señalados en incontables gestas por seducir a los marineros y atraerlos con canticos hasta la muerte, son el eje vertebrador de la historia
Es cierto que en un primer visionado la serie puede derrapar al establecer determinados arquetipos simplones, en su exageración ridícula de algunas situaciones, o también llevando a unos personajes al extremo para remarcar su antagonismo. Lamentablemente, estos puntos pueden reducirla a un mero divertimento, a un exponente más de esa fábrica de artículos de usar y tirar. Sin embargo, si ajustamos un pelín la mirada, e indagamos con un verdadero ojo crítico, podemos ver los grandes aciertos del conjunto, anclados mayoritariamente a un juego de espejos y engaños, en total concordancia con ese magnetismo difundido por su protagonistas, al que alude, desde luego, el título.
En efecto, aquellos seres mitológicos con forma de mujer, señalados en incontables gestas por seducir a los marineros y atraerlos con canticos hasta la muerte, son el eje vertebrador de la historia. La ambigüedad domina sus actitudes, y se expande a unos personajes secundarios, en especial a los masculinos, movidos alrededor de ellas, en una modernización del mito con conciencia de clases y perspectiva de género incluida.

Julianne Moore es Michaela Kell en ‘Sirenas’.
De las tres mujeres protagonistas, la más terrenal es Devon, quien permanece ajena las tentaciones del ascenso social, empero encarna el concepto de abnegación y rol de cuidadora. Simone por su parte, temerosa de regresar a su Buffalo natal, se doblega hasta borrar todo rastro de lo que fue para encajar y alcanzar, al menos desde el servilismo, un estatus deseado. El reflejo idealizado y el modelo a emular es, naturalmente, Michaela, alias Kiki, una criatura espectral a quien solo ella parece entender, y que vive devorada por el personaje creado por ella misma.
Su punto fuerte es combinar un cierto aire de comedia ligera […] que avanza hasta ir envolviendo al espectador en una intriga psicológica con toques de suspense
Su posición jerárquica se debe a interpretar de manera ejemplar rol de mujer de Peter Kell (Kevin Bacon), quien es el que realmente posee el poder. Una autoridad que es ejercida con sutileza, en un aparente segundo plano, mostrándose empático con sus subordinados y alejado de las pomposidades y exhibicionismos propias de su casta. Los recovecos de un pasado marcado por la tragedia quiebran a las hermanas, que recurren a los hombres como vía de escape, una de forma inconsciente para ascender y la otra a modo de sustituto del alcohol.
Armada por una narrativa clásica que incluye algún flashback y un montaje dinámico, la serie fija sus puntos fuertes al combinar un cierto aire de comedia ligera mientras se cierra sigilosamente a medida que la trama avanza hasta ir envolviendo al espectador en una intriga psicológica con toques de suspense, a cuenta de hasta donde se puede llegar en el baile de manipulaciones y el quebrantamiento de las fronteras morales.

Milly Alcock es Simone en ‘Sirenas’.
Lamentablemente, un pequeño problema de desnivel que aqueja precisamente al tono del relato, donde la pérdida del equilibrio entre lo banal y lo profundo, o en el retrato de unos personajes que rozan la caricatura, a veces, acaba por irritar e impiden profundizar. La sátira parte siempre de la mirada de las clases más bajas. Ya sea por medio de lo que se nos muestra acerca del ostentoso y vacío comportamiento de los acaudalados, o a través del personal de servicio, un grupo sólido y punzante que se mofa descaradamente de aquellas figuras que, siendo por condición sus iguales, se tiranizan y traicionan para ascender en la cadena de privilegios.
Su guion rico en metáforas y segundas lecturas eleva el conjunto, con momentos de lucimiento interpretativo y profundidad argumental
En este sentido, el juego de apariencias e imágenes creadas posibilita que cada uno de los personajes posea unos motivos suficientes para su salvación y también para su condena, siendo sus acciones una consecuencia lógica del arco evolutivo. Así, la mímesis entre Simone y Michaela es fantástica. Las dos se mueven en unos planos soberbios que contrastan con los de Devon, mucho más caóticos. Asimismo, un guion rico en metáforas y segundas lecturas eleva el conjunto, con momentos de lucimiento interpretativo y profundidad argumental. Posándonos en el personaje de Peter, Pedro como le llama su fiel (y divertido) lacayo José, el jefe del servicio, sobre él radica la clave de la prolongación de unos códigos, que, escudadas en consignas mitológicas, continúan estigmatizando la figura de la mujer y desviando el foco de la conducta masculina.
Ellas son las crueles, las que se traicionan para permanecer en alza, en un cruento autosacrificio hasta que llega alguien más joven y las reemplaza. En el final, que no por predecible resulta menos intenso, la comprensión con la que se miran las tres mujeres, aceptando el rol que cada una ha decidido asumir, es lo que las hermana frente a toda una sociedad hipócrita y necia que las empuja al precipicio.