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Un barco de la Armada Española surca el Pacífico en misión científica. A bordo viajan, además de los consabidos militares liderados por el capitán Máximo (Óscar Jaenada), tres biólogos, dos periodistas y una influencer (!). Su objetivo no es otro que visitar una isla de plástico situada en mitad del océano y alertar al mundo sobre los peligros de la contaminación.
Hay que agradecerle que se lance a tumba abierta a explorar el género de aventuras, algo bastante poco habitual por estos lares
Sin embargo, su travesía se verá abortada cuando unos piratas ataquen la embarcación y, acto seguido, una violenta tormenta los arrastre hasta una isla aparentemente deshabitada que, tiempo atrás, estuvo ocupada por integrantes del ejército ruso.
A esta coproducción hispano-lusa hay que agradecerle que se lance a tumba abierta a explorar el género de aventuras, algo bastante poco habitual por estos lares. Lo hace, además, sin concesiones. Solo en el primero de los seis episodios que conforman esta serie de Prime Video tenemos un abordaje, una huracanada tempestad y un naufragio.

Oscar Jaenada es Máximo en ‘Punto Nemo’.
Si el ataque de los piratas recuerda a un versión miniaturizada del conflicto sobre el que se desarrolla Capitán Philips (Paul Greengrass, 2013), su resolución parece una versión náutica de la Jungla de cristal (John McTiernan, 1988), con Maxi Iglesias convertido en un John McClane de agua salada que salva a sus compañeros de expedición en un pispás. Eso sí, convendría revisar las decisiones que toman los saqueadores, más propias del Capitán Garfio cuando escuchaba un despertador que de un grupo de paramilitares entrenado. Teniendo retenida a toda la tripulación, ¿por qué demonios se van a buscar a un tipo que está solo, desarmado y que no tiene nada para negociar?
Estamos ante un pastiche rizomático que a partir de una situación de partida empieza a expandirse en una red de interconexiones textuales que se crece como un virus
La acumulación de sucesos ya debería dar una pista de cuales son las leyes que dominan el guion de Punto Nemo, obra de Daniel Martín Sáez de Parayuelo (Matadero) y Daniel Benmayor (Bruc, Tracers). Y el obligado desembarco en la isla confirmará todas nuestras sospechas. A partir del segundo episodio, y a medida que los protagonistas exploran los distintos rincones de su nuevo e indeseado hogar, la tentación de acercarse a los esquemas de Perdidos (J.J. Abrams, Carlton Cuse, Jeffrey Lieber & Damon Lindelof, 2004-2010) será imposible de evitar.
Pese a las múltiples diferencias entre una y otra, la construcción es, en esencia, la misma. Al igual que la serie de Abrams, Lindelof y compañía, estamos ante un pastiche rizomático que a partir de una situación de partida – el arribo a una isla desierta- empieza a expandirse en una red de interconexiones textuales que se crece como un virus.

Maxi Igleisas es Jota en ‘Punto Nemo’.
Aquí encontraran rastros de la obra de Julio Verne (La isla misteriosa, 20.000 leguas de viaje submarino), de H.P. Lovecraft (La sombra sombre Innsmouth), de H.G. Wells (La isla del doctor Moreau) y de la ciencia-ficción de línea dura representada por Arthur C. Clarke, al que se cita en los créditos finales: estamos ante una propuesta que no teme exponer con fruición la base técnica que subyace a su planteamiento.
Pero no solo eso, pues la propia genética mutante que nos conduce al colofón de la historia también se apodera de una base genérica en constante transformación: de la aventura ecologista, al relato de hazañas marinas, del thriller conspiranoico vinculado a la guerra biológica, a la ciencia-ficción extraterrestre, de los extractos de novela pulp en su versión de mafias dedicadas al contrabando a la viñeta superheroica…
El gusto por los cliffhangers y la voluntad por encadenar giros es tal que intentar perseguir alguna lógica que dé consistencia al guion es tarea infructuosa
En ese continuo metamorfosearse se encuentra la esencia de Perdidos, condensada aquí en seis episodios que beben de tantas fuentes como uno pueda imaginarse. Además de los antecedentes literarios citados anteriormente, su tramo final parece mirarse en películas como Mimic (Guillermo del Toro, 1997) – y lógicamente en Alien (Ridley Scott, 1979)- y en cómics como La cosa del pantano, … La cara de sorpresa que puedan estar poniendo ahora no será comparable a la comprobación que harán de la elasticidad de su rostro cuando vean la serie, pues aquí estamos ahorrándoles muchísimos detalles. Y es que hay cosas que hay que verlas para creerlas.
Pero no nos perdamos. El gusto por los cliffhangers y la voluntad por encadenar giros es tal que intentar perseguir alguna lógica que dé consistencia al guion es tarea infructuosa. Un cámara metido a contrabandista que trata de huir (hasta dos veces) y al que siempre pillan cuando va a subirse a la lancha. Un científico enrolado en la expedición que resulta ser un activista que se ha pasado cinco años en la cárcel por atentar contra un ballenero, detalles nimios que los informes del ejército no contemplaban pero que el capitán encuentra a la primera (lo mejor es ver cómo los guionistas se esfuerzan por explicar tal despiste, como si la verbalización del problema incorporase la solución). O por ponernos exquisitos: si el Punto Nemo es el lugar del océano más alejado de cualquier tierra firme, ¿de dónde demonios sale la isla?

‘Punto Nemo’ está disponible en Prime Video.
Punto Nemo tiene, como ya ven, de todo, hasta una trama que podría haber salido de Tras el corazón verde (Robert Zemeckis, 1984) pero que termina estando más cerca de Hielo verde (Ernest Day, 1981) que de la película de Zemeckis. Tampoco faltan los romances de todo tipo, las relaciones prohibidas o los pasados traumáticos apuntalados por convenientes y enfáticos flashbacks. Sus legítimas aspiraciones folletinescas están, sin embargo, lejos de funcionar porque el tono de los actores carece de la intensidad suficiente como para que nada resulte creíble. Hasta Oscar Jaenada o Alba Flores, por lo demás dos intérpretes que suelen estar a muy buen nivel incluso en producciones difícilmente defendibles, parecen presos de un comedimiento excesivo que bien podría confundirse con el encendido del piloto automático que les llevase a terminar la serie cuanto antes.
En el apartado visual, los creadores se esfuerzan por disimular, casi siempre con acierto, las limitaciones técnicas y/o presupuestarias y tratan, salvo en la coda final, de que todo lo relacionado con el apartado sci-fi aparezca apenas sugerido o que, cuando deba mostrarse, se haga en atmósferas preferentemente oscuras. De todos modos, si no hubiese cerrado sus puertas en 2007, uno se jugaría unos cuantos euros a que Punto Nemo bien podría haber sido una producción de la Fantastic Factory, aquella división de Filmax que lanzó películas como Dagon: la secta del mar o Beyond Re-Animator y que contó en sus filas con directores como Bryan Yuzna o Stuart Gordon. Ese es el nivel.

Alba Flores es Nazareth en ‘Punto Nemo’.