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Crítica de la serie

‘Los sin nombre’: la hija del mal


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La nueva versión de 'Los sin nombre' (Movistar Plus+) firmada por Pau Freixas y Pol Cortecans, se entrega a la sobrecarga dramática y al efectismo, perdiendo parte del misterio de la película de Jaume Balagueró, aún acertando en su dirección de fotografía.

Imagen promocional de la serie.

Veintiseis años después de que Jaume Balagueró adaptase la novela homónima de Ramsey Campbell, un título que en su día se presentó como el primer paso de una renovación nacional del género de terror que nunca llegó, el mismo material se reencarna en formato serial de la mano de Pau Freixas (director) y Pol Cortecans (guionista).

Esta miniserie de seis episodios producida por Movistar Plus + incluye significativas modificaciones con respecto a la versión anterior, si bien la columna vertebral del argumento permanece intacta. Claudia (Miren Ibarguren) pierde repentinamente a su hija Ángela, dada por muerta tras la consiguiente investigación policial. Siete años después, cuando ya ha logrado rehacer su vida, tiene una nueva pareja y espera un hijo, una llamada telefónica dará un vuelco a su existencia. Desde el otro lado del hilo, Ángela le pide que la rescate. A partir de ahí, y en colaboración con el ex-inspector Salazar (Rodrigo de la Serna), responsable del antiguo caso y ahora desarrapado detective, seguirá las pistas que la han de conducir hasta el paradero de su hija, integrada en un secta liderada por un otrora prestigioso psicólogo de nombre Santini (Francesc Garrido).

Como decíamos, las diferencias son notables y no solo en la dramaturgia. De un lado, si el culto demoníaco de la película de Balagueró buscaba destilar el mal hasta alcanzar su máxima expresión y, ulteriormente, conquistar un grado de conciencia superior, aquí el doctor Santini reúne a niños con características ‘especiales’ para practicar una especie de eugenesia a la búsqueda de una evolución de la especie humana. Digamos que aquellas cosas que la medicina desdeña o considera como enfermedades – la epilepsia, por ejemplo- para el médico son cualidades que ofrecen nuevas posibilidades.

Los sin nombre

Miren Ibarguren es Claudia en ‘Los sin nombre’.

El personaje de Ángela (Valentina Gaya-Alicia Bravo) y su tratamiento son radicalmente distintos. Mientras que en el largometraje su aparición se reservaba hasta el impactante plot twist final, que incluía la presencia de un maquiavélico padre del todo ausente en la serie de Freixas y Cortecans, aquí su presencia se amplia a los dos últimos episodios y, sobre todo, varia su esencia: ahora Ángela tiene el poder de la resurrección. Si en la versión cinematográfica era la encarnación del mal, aquí es una suerte de virgen demoníaca (nótese cómo se explota el imaginario religioso, en especial en el capítulo final).

En realidad, la mayoría de los personajes cambian. En el prólogo Claudia convive con su madre y no tiene pareja, si bien lo más significativo será su avanzado embarazo, matiz que puede tomarse como piedra de toque de esta nueva Los sin nombre y que hace de ella una serie demasiado recargada. No es suficiente con que Claudia haya dado por muerta a una hija que ahora anuncia su regreso, con la consiguiente revivificación del duelo que ello supone y el resurgir de los traumas adheridos a tal vicisitud; además, su futuro hijo se convertirá en objetivo de la secta, lo que establece ciertas conexiones con Servant (Tony Basgallop, 2019-2023), el verdadero hito del terror serial de los últimos años.

Tanto aderezo dramático propone casi una lectura inversa a la que Balagueró hacia de la novela de Campbell, donde lo atmosférico primaba sobre lo estrictamente narrativo

Es como si fuese necesario dificultar la ya de por si trabajosa aventura de Claudia. No basta con que esté asustada, con que su obsesión arrase con su cotidianidad, con que la gente que la rodea la tome por loca o con que tenga un trastorno disociativo y se imagine que su hija sigue a su lado … No, además tiene que estar visiblemente preñada y superar los inconvenientes físicos y las consecuencias psicológicas que de ello se deriva hasta llegar al paroxismo que supone la secuencia del parto auto-asistido.

Los sin nombre

Valentina Gaya-Alicia Bravo es Ángela en ‘Los sin nombre’.

Si las dificultades por las que pasa Claudia han de ser mayores que las del filme de 1999 para aumentar innecesariamente el dramatismo, otro tanto pasa con el inspector Salazar, alguien que ya noel inspector Salazar, alguien que ya no es el desencantado Massera (Karra Elejalde) de aquella para muchos ya vieja película, sino un paria alcohólico y casi desquiciado que, para seguir cargando las tintas, fue un niño robado durante la dictadura argentina, como un desafortunado flashback se encarga de recordarnos.

Para colmo, el último vértice del triangulo que en la versión de Balagueró encarnaba un periodista subalterno de Iker Jiménez antes de la llegada del advenimiento digital, ahora lo representa Laura Rey (Milena Smit) una joven a la que Ángela devuelve a la vida y que luego se convierte en una escritora de éxito vendiendo libros basados en su propia experiencia.

La serialización del material obliga a ampliar el número de subtramas y a abandonarnos ante un final abierto que invita a esperar una segunda temporada 

Tanto aderezo dramático propone casi una lectura inversa a la que Balagueró hacia de la novela de Campbell, donde lo atmosférico primaba sobre lo estrictamente narrativo. Su desarrollo era más limpio, de ahí que su giro final te descuajeringase las mandíbulas, y si bien la banda sonora de Carles Cases era utilizada con barroquismo – eso y el arco del reportero encarnado por Tristán Ulloa es lo que peor ha envejecido -, la fotografía oscura y fría de Xavi Giménez, sin duda deudora de la sordidez de Seven (David Fincher, 1995), le daba un empaque a la propuesta que ninguna de las películas de terror producidas después por Filmax, ya bajo el sello de la Fantastic Factory, alcanzó.

Los sin nombre

Milena Smit es Laura Rey en ‘Los sin nombre’.

En el caso que nos ocupa, la serialización del material obliga a ampliar el número de subtramas y a abandonarnos ante un final abierto que invita a esperar una segunda temporada que bien podría espejarse en La profecía (Richard Donner, 1976). También es necesario complejizar el misterio, añadiendo más personajes e incrementando los interrogantes, algo que aquí se traduce en los tatuajes que lucen los miembros de la secta y en las mariposas que crían, protagonistas de una manida y reiterada metáfora. Por cierto, si la obsesión del aterrador Santini de la película de 1999 interpretado por Carlos Lasarte estaba conectada con los desmanes ocultistas del nazismo, el Santini de Francesc Garrido tutela un sanatorio en el que se sirve de niños para testar sus teorías.

El gran hallazgo de la nueva ‘Los sin nombre’ lo encontramos en algunos apuntes visuales que pasan por una dirección de fotografía que, sin renunciar a las claves del terror, posee un tono más naturalista que el del largometraje

Esa sobrecarga al que aludíamos también se traslada a la banda sonora original compuesta por Arnau Bataller, en la que esos coros que oscilan entre el aullido y el canto gregoriano, se tornan machacones y disminuyen su efecto a fuerza de tanto repetirse. Lo mismo se puede decir de las interpretaciones de Ibarguren y De la Serna, alejadas de la desoladora devastación que arrasaba el rostro de Emma Vilarasau y de la prosaica testarudez del agente Massera que interpretaba Karra Elejalde en el filme de Balagueró. Aquí todo es más extremo: más gritos, más llantos, más histrionismo, más, más, más, …

El gran hallazgo de la nueva Los sin nombre lo encontramos en algunos apuntes visuales que pasan por una dirección de fotografía que, sin renunciar a las claves del terror, posee un tono más naturalista que el del largometraje. No puede ser casual que una sensibilidad como la de Julián Elizalde, colaborador asiduo de Freixas pero también operador en películas como Con el viento (Meritxell Colell, 2018), Les distàncies (Elena Trapé, 2018) o La maternal (Pilar Palomero, 2022), esté detrás del objetivo. Precisamente ese tono, la utilización de tomas alejadas y de ligeros zooms in/out logran transmitir la sensación de que hay un elemento exterior que vigilia constantemente los movimientos de Claudia, lo que ayuda a crear un clima de desosiego mayor que el que provocan las secuencias presumiblemente ‘fuertes’ de la función.

Los sin nombre

‘Los sin nombre’ está disponible en Movistar Plus+.

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