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Alan Sabbagh y Olivia Molina en una imagen de 'El mejor infarto de mi vida'.
Esa esfera de lo real a la que se alude en ese encabezado es doble, pues asistimos a la suma de dos acontecimientos acaecidos allá por 2015. El primero, relatado por el escritor Hernán Casciari en el libro en el que se basa, en parte, esta serie de televisión desarrollada por el productor Pablo Bossi para Disney+ (aunque, en realidad, es un original de Star). El mejor infarto de mi vida.
A saber: tras una separación repentina, Casciari, escritor fantasma que labura para una gran editorial manufacturando biografías ajenas, por lo demás un tipo obeso, fumador empedernido y con una dieta recomendable si lo que uno busca es dejar de respirar, viaja a Montevideo para acudir a una firma de libros. Sí, mientras no escribe para otros arma pequeños poemarios para un público al que el adjetivo minoritario le queda grande.
Antes de ese viaje, y de manera fortuita, mientras acude a un espectáculo flamenco como cierre del último trato editorial que le llevará a glosar la vida y milagros de un abogado que defendería la cordura de Milei delante de cualquier tribunal siempre que le pagase su elevada minuta; en ese improvisado tablao bonaerense, decíamos, nuestro escritor se queda prendado de Concha (Olivia Molina) quien, huyendo de un pasado que siente demasiado próximo, terminará cruzando con él el río de la Plata.

Olivia Molina es Concha, la bailaora de la que se enamora el protagonista.
La consumación de ese romance inesperado estallará en un glorioso infarto. Hasta aquí el primer acto de la que llamaremos historia A, basada en el libro de Casciari, cuya figura ha sido rebautizada para la serie con el nombre de Ariel Santoro, encarnado con convincente ternura por Alan Sabbagh (El rey del Once, División Palermo).
A nuestro protagonista los miocardios se le embozan mientras yace en la cama de la casa que la editorial le ha reservado en Montevideo. El amplio chalé lo regentan Javier (Rogelio García) y Alejandra (Romina Peluffo), quienes tras situarse al borde de la bancarrota justo después de que a él le diagnosticasen una enfermedad renal que le obliga a convivir con la sisífica diálisis, intentaron equilibrar su cuenta de gastos inscribiendo su casa en la plataforma Airbnb.
¿Cuál es el problema? Pues que ese bucear en las vidas anteriores de los personajes apenas aporta novedad alguna
Sin entrar en mayores detalles, diremos que su eficacia asistencial salvó la vida de Ariel y la posterior reseña que este escribió en la plataforma no solo se viralizó sino que terminó por arreglarles la vida a sus salvadores uruguayos. Una historia de esas bigger than life. Googleénla.
Atendiendo al cúmulo de casualidades que sirven para organizar el relato, parece razonable que los guionistas –Lucas Figueroa, principalmente, pero también María Zanetti y Mariana Wainstein– colocasen el citado intertítulo inicial, pues era la única manera de justificar que el material que tenían entre manos no pasaba el filtro Capote: “La única diferencia entre realidad y ficción es que la ficción debe ser coherente”.

El mejor infarto de mi vida está disponible en Disney+.
En todo caso, y asumiendo que toda esa concatenación de eventos inasumibles desde la ficción efectivamente sucedió, diremos que la construcción de la historia resulta endeble más allá de esas eventualidades.
En no pocas ocasiones el potencial durativo de la serialidad se asume como una obligación, y dado que los guionistas cuentan con un buen puñado de horas para desarrollar sus argumentos, alargan innecesariamente las tramas o describen en exceso personajes o situaciones a los que, por el contrario, les hubiera venido bien una mayor concisión.
En sus mejores momentos ‘El mejor infarto de mi vida’ logra aflojar nuestra emoción, pero al final, termina siendo, más bien, una milonga homeopática propia de cualquier cuento de hadas
El infarto de Ariel es el nodo narrativo en el que convergen tres vectores argumentales. El accidentado periplo uruguayo del propio Ariel y las circunstancias que le condujeron a las puertas de la muerte; la historia de vida, tal y como se describen en los créditos, de Javier Artigas y Alejandra Oddone; y el tumultuoso pasado de Concha. Los episodios tercero y quinto se emplean, casi exclusivamente, en recapitular el pretérito de estos tres personajes hasta conectarlo con el fallo cardiovascular.

Imanol Arias en modo patriarca gitano.
¿Cuál es el problema? Pues que ese bucear en las vidas anteriores de los personajes apenas aporta novedad alguna, especialmente en el caso de Concha. En realidad, todo el episodio ‘español’ es prescindible.
Desde un punto de vista tonal, El mejor infarto de mi vida se debate entre la ensoñación humanista, cortesía de la música Sergei Grosny y de la inclusión de temas de The Magnetic Fields y Belle & Sebastian en su soundtrack, y el almibarado discurso de autoayuda.
Digamos, en definitiva, que en sus mejores momentos, El mejor infarto de mi vida logra aflojar nuestra emoción, pero que, al final, termina siendo, más bien, una milonga homeopática propia de cualquier cuento de hadas.