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Fotograma de 'Blossoms Shanghai'.
La forma era el fondo, ahora y siempre, en la filmografía de Wong Kar-wai. También en los cinco episodios disponibles en España de Blossoms Shanghai, primera parte de una instantánea untuosa sobre un momento crítico en el reinado del magnate de las finanzas señor Bao (Hu Ge, El lago del ganso salvaje), durante la bestial expansión económica de los años noventa en Shanghái. Adaptando parte de la novela homónima de Jin Yucheng, esta es la historia de un viejo gatopardo amenazado por hordas de hienas, ricos neófitos con más dientes que maneras.
Son la mordaz nueva propietaria del restaurante de moda, Lily (Xin Zhilei), y los perros que en su local trapichean, desde Fan, el fabricante monopolista de una marca blanca muy trendy (Dong Yong) a Wei, un competidor en la corte del comercio exterior que va de león pero llega sólo a arlequín con guita (Zheng Kai). Desde un presente dominado por el descerebro insostenible de Temu, resulta difícil no leer con ánimo apocalíptico este Jardín de los cerezos en clave china.
Narra la delicada balanza entre el dinero valiente y los sutiles descosidos del ego un guion consecuentemente entregado a lo superficial
No obstante, la guionista televisiva Qin Wen, quien ha liberado a Wong Kar-wai de la escritura por primera vez en su filmografía, decide arrancar el relato años antes, cuando Bao aprende las reglas básicas de la caballería económica y social gracias al avesado shifu tío Ye (You Benchang, actor muy popular en los ochenta, ahora convertido a monje budista). La primera de ellas reduce toda victoria en la banca al dominio sobre “estilo, teatro, acceso”, o sea, a una cuestión de elegancia. El fondo, que va de la mano de la forma. “Los novatos entran por la puerta grande, los profesionales por detrás”, instruye el maestro sobre un mundo donde, bien entendido, el lujo es materia gris.

Ya están disponibles los 15 primeros episodios de ‘Blossoms Shanghai’ en Filmin.
Narra la delicada balanza entre el dinero valiente y los sutiles descosidos del ego un guion consecuentemente entregado a lo superficial: tan empecinadamente comprensible, tan poco interesado en el misterio, como las grandes estatuas y los neones que abrillantan la ampulosa calle Huanghe. El primer episodio plantea un whodunnit que se resuelve sin trabas ni apenas intriga, sólo cincuenta minutos más tarde.
‘Blossoms Shanghai’ triunfará entre amantes del cine moderno, el de la gran dramaturgia del azar, aunque no haga ascos ni al sarpullido
Tampoco cabe profundidad en los guiñoles recién estrenados por Don Dinero: como Fan, al que anuncian unas risotadas nasales ataca-nervios, o Wei, abrigos de piel para proteger al hombre pequeño. Incluso se regocija en su naturaleza arquetípica un personaje de apariencia lustrosa como madame-fatale Lily, quien no deja de sacudir el pelo en sincronía villanesca con los travellings fascinados de Jin Chen-yu, director de fotografía. O la Wong Kar-wai Manic Dream Pixie-Boss Ling Zi (Ma Yili), amiga del señor Bao y propietaria de un restaurante auténtico siempre en números rojos. Una réplica del descosido caótico de Faye Wong en Chungking Express, que en su caos encanta, entretiene y desconcierta. Eso sí, alguien parece haber olvidado guardar sitio en la trama para la gritona representante de la Oficina de Comercio Exterior y supuesto interés romántico de Bao, la señorita Wang (Tiffany Tang).
Un pantocrátor sobre la mafiosidad zen
Quieto, el buen monarca Bao (Hu Ge sacando punta a la gracia fría del noir chino) va desprendiéndose de sus atributos superficiales. El padrino no deja de compensar, cancelar y perder, como si la única forma de resistir en tiempos de cambio pasara por abandonarse, como meditando hasta el inevitable punto de giro que ponga a cada cual en su lugar (y a la familia, en última instancia, en el centro). Qin Wen enfatiza el carácter revolucionario de su protagonista irreactivo, alguien que se hace esperar en todas partes y que provoca, con su ausencia, que todo se mueva. Bao es Laura, es Godot. Bao es el timonero que se relaja ante lo incontrolable de la rueda de la fortuna.

Xin Zhilei es Lily en ‘Blossoms Shanghai’.
Actúa de narrador esporádico un humilde vendedor de cigarros… Y de lotería. Blossoms Shanghai triunfará entre amantes del cine moderno, el de la gran dramaturgia del azar, aunque no haga ascos ni al sarpullido. Hay arrebatos de comedia, también algunos apartes enfurruñados de los que tanto abundan en los gánsteres del este (en la dramaturgia asiática todo el mundo desecha su máscara de vez en cuando).
No queda ni un silencio, porque en la serie del shanghainés incluso matar el tiempo jugando a cartas puede desencadenar un leitmotiv machacón
Tampoco teme Wong Kar-wai a los excesos melodramáticos típicos de toda su filmografía, musicados por la épica recalcitrante de la banda sonora orquestal de Frankie Chan (Fallen Angels, Ashes of Time Redux). Además, el cineasta explicaba en una entrevista a JingJi que se gastó unos diez millones de yuanes en comprar derechos de clásicos de la lacrimogenia mandopop y cantopop de los noventa. Horror vacui: no queda ni un silencio, porque en la serie del shanghainés incluso matar el tiempo jugando a cartas puede desencadenar un leitmotiv machacón.
Esperad el resto de trucos de la gran bolsa visual del cineasta más híper-móbil, entre filtros ocres, desenfoques, ralentís y reencuadres constantes. La grata sorpresa es que cuadren tan bien con las capas de imágenes generadas digitalmente, hechas para un consumo en pequeño formato (la serie tuvo su estreno directo en la plataforma de Tencent Video) pero que aguantan con dignidad un visionado algo crítico con la planitud televisiva. Ello no les quita una pizca del espíritu mastodóntico que movía Megalópolis de Francis Ford Coppola, pero Wong Kar-wai encapsula toda aquella grandeza a pie de calle: en el goce de hotel caro, estilo 2046 o la reciente Emmanuelle, lejos de los delirantes anuncios de Ocaso.

Hu Ge es Bao en ‘Blossoms Shanghai’.
De hecho, diez años después de las coreografías cámara-puño-pie de la genial The Grandmaster, Wong Kar-wai encuentra otro mundo lo bastante brillante con el que bailar. Son los interiores de los restaurantes, atiborrados de florituras art déco, de multitudes humanas y de comida, mucha comida. Me fascina, sin embargo, que las imágenes no huelan a frito: en los grandes restaurantes los personajes toman bocaditos muy pequeños, y sólo los perdedores pueden mancharse de grasa. En fin, el apetito insistente por el detalle que manda la dirección artística de Nan Tu (responsable de las bambalinas infinitas de Resurrection, de Bi Gan) invoca un universo teatralizante en el que perderse con gusto.
Si los flecos de este mundo en cápsula serán suficientes para sostener los treinta capítulos de cincuenta minutos que se esperan en total, eso queda por ver. De momento, no queda más que abandonarse a los sabores metálicos y terrosos de una fantástica épica de época: fondo, forma y placer.